jueves, 5 de mayo de 2011

Mi primera vez: Donkey Kong Land


Hoy voy a hablar de mi primer juego, mi primer juego de consola. La primera vez nunca se olvida, ya sabéis. Y realmente se me ha quedado grabado mi desvirgamiento videojueguil, aquel tenso momento en el que introduje en la ranura mi cartucho color banana de Donkey Kong Land para Game Boy Pocket.

Realmente no fue mi primer juego, ya tenía maquinitas de estas que venden en las tiendas de chinos o regalan de vez en cuando con el menú infantil del Mcdonald's. Bueno, también tenía un Spectrum de mi padre, pero tras ver que, para poder probar un juego nos pasábamos media tarde montando el cableado y otra media viendo rayas de colores y escuchando sonidos estridentes, no volví a llorarle nunca más durante una semana para que sacase el chisme del trastero. También influyó que mi madre había cultivado todos los tópicos sobre videojuegos que rondaban por ahí, y claro, le mosqueaba verme pendiente de los ruidos y las rayas del Spectrum, y a punto estuvo alguna vez de lanzarse hacia mí para apartarme de la tele al grito de "¡que eso da epilepsia!".

Respecto a las maquinitas, sí, me refiero a esas que son tipo Game & Watch pero sin diversión. Tenía una que se llamaba "Spider-Boy", en el que manejaba a un clon cutre de Spider-Man y sólo tenía que moverme a izquierda y derecha para que golpease automáticamente a los enemigos que se iban acercando por los lados.

Mi madre auguraba que no íbamos a ganar para pilas cuando me la compré, pero se equivocaba, era pequeño, pero no tonto. No quería seguir jugando esas patrañas, no mientras mis amigos ya charlaban sobre Super Mario World, el Zelda de la Super o sobre lo mierdas que era Sonic por no poder volar convertido en mapache. Yo recuerdo que decía "pero mi consola tiene un teclado para escribir". Qué intento más penoso de integrarme.

Volviendo al tema, en 1998 (año arriba o abajo), harto de que para poder jugar a una consola tuviese que pasar la tarde del sábado haciendo cola en el pasillo de videojuegos del Alcampo, ideé un plan. Se acercaba la comunión de mi hermano, y le convencí para que se pidiese una Game Boy Pocket. Recuerdo el anuncio de la tele : una cadena de montaje en la que metían una Game Boy tocho, la aplastaban varias prensas hasta que quedaba muy pequeñita y mona ella y venía un chaval y se la metía en el bolsillo trasero del pantalón, más cool que nadie.

Mi plan funcionó. Llego el día de la comunión de mi hermano, y ambos estábamos rebosantes de fe (mi tía se solía portar muy bien con los regalos). Sólo tenía que esperar a que le entregaran los paquetes. Y, cual Link después de rebuscar en un cofre, conseguí alzarme triunfante con esa Game Boy Pocket roja.

Entonces, me vi en una situación aún más frustrante que ser el único de tu clase que no puede hablar de videojuegos de verdad: tener una consola, pero no tener qué jugar. No teníamos juego. Y era domingo, todo estaba cerrado. El mundo se me cayó encima. Me pasé la tarde encendiendo la consola, que al no tener juego sólo mostraba un deprimente rectángulo negro donde debía ir la palabra "Nintendo", y machacando los botones imaginando que jugaba a algo.

Al día siguiente, más seco que la mojama de tanto llorarle a mis padres, me pasé por el mítico Blockbuster que tenía al lado de casa, propina de 5000 pesetas en ristre, para hacerme con algún juego. Desilusionado, vi que juegos como Donkey Kong Land 3 (que sabía que DEBÍA jugar al ver a unos chimpancés coreando un himno del rock en un anuncio épikong) costaban 5.990 pesetas.

Al haber agotado ya mi reserva de lágrimas, sabía que iba a tener que recurrir a la línea económica, a los dos o tres juegos que tenían apartados del resto. Y ahí estaba él, Donkey Kong Land. Un gorila encorbatado, un chimpancé con gorra, un cerdito alado... prometía. Así que me lo llevé, y mientras desenvolvía el juego, no sospechaba que Donkey se iba a convertir, tanto por el simple hecho de ser el prota de mi primer juego "de verdad" como por méritos propios, en uno de mis personajes favoritos.


Como era la hora de cenar y no me dejaban jugar hasta acabar, abrí boca leyendome el manual de instrucciones de pé a pá, acto que se convirtió casi en un ritual que religiosamente llevo a cabo desde entonces antes de estrenar cada nueva compra. Puse el cartucho en la consola, y ahora ¡SÍ! salía el logo de Nintendo. Mi hermano, al escuchar mi grito de euforia, se acercó y me quitó la maquinita de las manos. Kongtus Interruptus.

Cuando me tocó jugar a mí, me sentí como un domador de circo: yo le decía al mono que hiciese cabriolas, y él las hacía. Estaba en una jungla, cogía plátanos, saltaba sobre reptiles, me subía a lomos de un rinoceronte, rodaba, me caía por barrancos... todo era divertido.

Recuerdo que en la primera fase había una zona de bonus a la que se accedía destruyendo una pared de piedra con una embestida del rinoceronte Rambi. Aparecías en una zona de ruinas sumergidas de la que tenías que salir nadando mientras cogías bananas. Quizás influyó el amasijo de píxeles que reinaba a veces en la pantalla de la Game Boy, pero yo ahí no veía una zona submarina. No sabía que estaba bajo el agua, ni que se podía bucear: movía la cruceta pero el personaje avanzaba de forma rara y muy despacio, por lo que se me metió en la cabeza que era una zona trampa y nunca entraba ahí.

La siguiente pantalla era una de nieve, que recuerdo que tardé en pasarme dos días, porque había algún que otro salto bastante ajustado y siempre me caía. Pero seguí avanzando, al mundo submarino, donde por fin aprendí a bucear, luego al de las cuevas... y en este me detendré, porque el tercer mundo de Donkey Kong Land, el de las cuevas, tiene el peculiar honor de albergar el nivel que más me costó superar en toda mi historia videojueguil: El temible Doing.

¿Qué es el Doing? Pues es el nombre que le pusimos mi hermano y yo a un nivel en el que estabas sobre las nubes, sobre una pequeña plataforma que se iba moviendo, e iba rebotando contra las paredes, cambiando de rumbo a cada poco. Cada vez que la plataforma chocaba contra una pared y rebotaba, hacía ese sonido de rebote que fue el que dio nombre al nivel, y no sólo eso, también al que bautizo como fenómeno "Doing": esa parte de un juego que odias, y que con sólo recordarla ya se te quitan las ganas de volver a rejugar ese título. Pues bien, cerca del principio del nivel, la plataforma rebotaba contra una pared y retrocedía, una y otra vez, volvía al principio, rebotaba contra el muro del principio, volvía hacia la otra pared, volvía a rebotar... yo buscaba un sitio por el qué continuar, pero el número de rebotes sólo era comparable al que me pillaba yo siempre que lo intentaba, hasta que me suicidadaba elegantemente lanzándome al abismo. Y así me podía pasar horas. No sabía qué hacer.


Aquí tenéis un video del nivel. Ni Hurt de Johnny Cash ni leches, no hay melodía que me deprima tanto. ¡Y en los comentarios hay uno que dice que tardó casi un año en pasarselo! ¡Mi alma gemela!

Aprovecho para comentaros, no sin cierta vergüenza, que no sé por qué leches tenía en la cabeza que si en un juego te salía la pantalla de "Game Over" se te borraban todas las partidas. La temía. Así que, en el momento en que perdía mi última vida, apagaba corriendo la consola para salvar mis datos de la quema. No sé cuándo se me quitó esa tontería, pero por su culpa me perdí la molona pantalla de Game Over de DK Land.

Volviendo a ese maldito nivel, tras meses de intentos infructuosos, sin exagerar, lo dí por imposible. Seguí jugando a DK Land, empezando nuevas partidas, pero siempre lo dejaba en el Doing. Para mí el juego se acababa ahí, o eso intentaba hacerme creer, mientras miraba, en el manual, babeando, que había un cuarto mundo ambientado en una ciudad que tenía una pinta cojonuda. Nunca la vería.

El tiempo iba pasando, y yo todos los juegos que me pude agenciar, incluyendo Donkey Kong Land 2 y 3, Super Mario Land 1 y 2, Zelda Link's Awakening... pero seguía sin ser capaz de terminarme el Doing. Hasta que, un día, en una de mis maratones de Donkey Kong Land "empiezo, me llego hasta el Doing y me voy a dormir", me dí cuenta de que si saltaba estando encima de la plataforma, alteraba el rumbo de ésta. Es más, me percaté de la existencia de una flechita grabada en la plataforma, que indicaba la dirección en la que iba, y que podías decidir hacia donde querías dirigirte simplemente dando un salto. Lo mío es de juzgado de Goomba, lo sé.

Salté, reboté, conduje la plataforma por ese laberinto de paredes y nubes, y me pasé ese endemoniado nivel, casi dos años después. Y en esa misma sentada, todo emocionado, y del tirón, me pasé todo el juego. Sí, toda la parte final no me supuso ningún problema, me había pasado el Doing, nada podía conmigo. Muy buena toda la zona final, con niveles muy originales como ese en que tienes que usar las letras "KONG" como puentes para seguir avanzando, el de los barriles de gasolina ardiendo, la lucha final con K.Rool y esa música tan cañera (la banda sonora en general es buenísima)... Inolvidable.

Y esta es la historia de mi primer juego, uno de mis favoritos, y posiblemente al que le tenga más cariño. Es la historia de mi primera vez, de mi primer amor videojueguil, y como en las buenas historias de amor, hay momentos de felicidad extrema, otros de estabilidad, otros de frustración, incluso de odio y de distanciamiento. Pero, al final se produce un reencuentro y, al darle otra oportunidad, consigues dejar atrás los obstáculos y reconciliarte con el dichoso juego.

Tengo que rejugármelo, y os aconsejo que le deis una oportunidad. A ver si sale en la Consola Virtual de la 3DS... sería el primero que descargaría.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que alegría me ha dado leer tu articulo Zaska, hay un montón de puntos en los que un jugon se siente identificado en tus palabras y hay madre mía que titulazos fueron los Donkeys de Game Boy (que bien se exprimían los sistemas por aquel entonces y sin actualizaciones y cifras estratosféricas en torno a las características técnicas.
Leer tus palabras me han hecho viajar en el tiempo viéndome desesperado por jugar a títulos como Turrican o Livinston Supongo en mi Spectrum, cargando las cintas durante 40 minutos para que luego saliera la tan temida pantalla de “ Error Cargando Cinta….” Hay amigos nuevos en estos lares, no sabéis lo que era eso y el impacto que supuso, por lo menos en mi caso, en ver que un juego podría entrar en una caja (lo que era mi primera NES) y salir el juego directamente…mmm que recuerdos.
Creo que este articulo podría derivar en una serie de artículos llamados…”mi primera vez…” siempre es bonito el ver como nuestros oyentes y nosotros mismos escribimos sobre cómo fue el primer contacto con esta nuestra pasión.
Yo de momento me pongo manos a la obra, con todo el cariño, porque reiterándome enhorabuena por el artículo, porque ha despertado recuerdos e imágenes dormidas a causa de estos últimos tiempos en los que cuesta no bajarse de la burra, con casos como PSnetwork , DLC y la maldita piratería.

Unknown dijo...

Eso, eso, a ver si os animáis a contar vuestras primeras batallitas videojueguiles :-D

Echando la vista atrás es increíble no soltar la lagrimilla y flipar al darse cuenta de lo que ha cambiado este mundillo con el tiempo: ¿quién le iba a decir a aquel Zaskita que años después jugaría a una aventura de Donkey Kong controlada con sensor de movimiento, o que tendría una portátil con gráficos no sólo a color, sino en 3D sin gafas, o que podría jugar con un amigo de otra ciudad sin necesidad de un kilométrico cable link...

Lo curioso será comentar esto mismo dentro de quince años, cuando controlemos los juegos con el pensamiento, nos riamos de cuando los juegos no se veían en 3D del que se sale de la pantalla...

¡Hale, a contar vuestra primera vez!